Bitcoin no escala, el oro no falla: análisis de dos refugios financieros

Bitcoin nació para ser dinero, pero hoy se defiende como reserva. ¿Tiene sentido esa transformación?

Bitcoin14/05/2025Santiago VivancoSantiago Vivanco
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Desde hace más de una década, Bitcoin ha sido presentado como una versión moderna del oro: escaso, descentralizado, global y resistente a la censura. A menudo se lo llama “oro digital”. Pero detrás del entusiasmo tecnológico, emerge una pregunta central para cualquier activo que aspire a ser una reserva de valor: ¿puede realmente serlo si no cumple funciones monetarias básicas?

¿Qué es una reserva de valor?

En economía, el dinero cumple tradicionalmente tres funciones: medio de intercambio, unidad de cuenta y reserva de valor. La primera permite facilitar intercambios evitando el trueque. La segunda sirve como vara de medición: expresamos salarios, precios y deudas en unidades monetarias. La tercera, la más debatida, implica que ese dinero debe preservar su poder adquisitivo en el tiempo.

Ahora bien, esta última función ha sido tan estirada que muchos economistas proponen directamente eliminarla de la definición de dinero. ¿Por qué? Porque casi cualquier cosa puede actuar como reserva de valor: propiedades, autos, acciones, commodities e incluso botellas de vino o lentejas. Pero eso no convierte a todos esos bienes en dinero. Y aquí es donde la comparación entre Bitcoin y el oro se vuelve fundamental.

Oro y Bitcoin: similitudes y límites

El oro ha sido, durante siglos, el activo de refugio por excelencia. Su escasez natural, resistencia a la corrosión, divisibilidad y aceptación global lo convirtieron en moneda en múltiples civilizaciones. Más allá de su función monetaria histórica, conserva demanda real en la industria, la joyería y la medicina. Y lo más importante: no necesita seguir extrayéndose para mantener su valor. Si la minería se detiene, el oro sigue siendo oro.

Bitcoin, por su parte, replica muchas de las cualidades del oro: es escaso (21 millones), difícil de falsificar, y puede almacenarse o transferirse sin intermediarios. Además, su blockchain permite comprobar transacciones con transparencia, lo que aporta trazabilidad.

A pesar de sus cualidades técnicas, Bitcoin enfrenta una serie de restricciones que comprometen su promesa como reserva de valor estable y autónoma:

  • Dependencia de la minería: sin actividad minera, la red Bitcoin deja de validar transacciones. No es un sistema pasivo como el oro: necesita incentivos permanentes y gasto energético para sobrevivir.
  • Costos crecientes de transacción: las tarifas tienden a subir con el tiempo, especialmente en contextos de alta demanda, lo que compromete su uso cotidiano como medio de intercambio.
  • Alta volatilidad: su precio oscila con brusquedad. Esta inestabilidad impide prever cuánto poder adquisitivo conservará a corto o mediano plazo, lo que lo aleja del ideal de reserva estable.
  • Falta de liquidez funcional: cada vez que las comisiones aumentan, muchas unidades pequeñas quedan congeladas en billeteras, lo que afecta su divisibilidad y fungibilidad. No todos los bitcoins valen lo mismo en la práctica.
  • Límite de emisión en duda: aunque la narrativa oficial sostiene que solo existirán 21 millones de bitcoins, algunos desarrolladores —como Peter Todd— ya han sugerido que ese límite podría modificarse en el futuro. Si eso ocurre, la promesa de escasez absoluta pierde credibilidad.
  • Dependencia de custodios centralizados: usar Bitcoin directamente en su red es complejo, caro y lento. Por eso, la mayoría de los usuarios lo conserva en plataformas centralizadas como exchanges o apps custodias. Esto no solo introduce riesgos de censura, hackeo o quiebras , sino que contradice la propuesta original de una red descentralizada y sin intermediarios.

En resumen, mientras que el oro conserva sus atributos físicos pase lo que pase, Bitcoin necesita una red funcional, consenso social y custodia digital segura para sostener su valor.

¿Puede Bitcoin ser reserva sin ser moneda?

Cuando Bitcoin surgió en 2009, fue concebido como un “efectivo electrónico peer-to-peer”. Su objetivo era claro: ser una moneda alternativa, descentralizada, útil para pagos globales sin bancos ni gobiernos. Pero esa ambición fue cediendo terreno ante una realidad técnica: no escala como sistema de pagos masivo. Las congestiones de red, la lentitud y las tarifas crecientes minaron su capacidad de actuar como medio de intercambio.

En respuesta, la comunidad Bitcoin viró su narrativa: si no podía ser moneda, al menos sería una reserva de valor. Nació así el relato del “oro digital”. Pero esto implica una inversión conceptual: el oro fue primero dinero, y por eso se consolidó como reserva. Bitcoin, en cambio, nunca logró ser moneda, y por ende, su rol como reserva queda, en el mejor de los casos, en suspenso.

Si un activo no cumple la función básica de facilitar intercambios —aunque sea en algún nicho—, difícilmente pueda aspirar a consolidarse como referencia de valor. Hoy, Bitcoin no es medio de intercambio, no es unidad de cuenta, y su carácter de reserva está sostenido por una mezcla de fe, especulación y marketing.

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